8/4/13

La Ley de la Hoja


Niggle empezó a pintar una hoja.

Niglle no era un artista, de hecho se ganaba la vida haciendo chapuzas, pero algo en su interior le impulsaba a pintar una hoja, pero no una cualquiera, Niggle quería pintar la hoja perfecta.

Consiguió pintar la mejor hoja que jamás se hubiese pintado, pero al terminarla se dio cuenta de que, para que realmente fuese una hoja “perfecta”, necesitaba estar unida a una rama, que también debía ser perfecta.


La hoja llevó a Niggle a la rama y la rama al árbol. Una vez llegados a este punto, pasar del árbol al bosque y del bosque a un paisaje completo fue algo lógico y natural.

Si queréis saber si Niggle terminó su hoja deberéis leeros «Hoja de Niggle», uno de los mejores y menos conocidos de los cuentos que escribió el que, probablemente, es el mejor autor de fantasía que jamás haya existido, John Ronald Reuel Tolkien.

Una de las enseñanzas que se pueden extraer de «Hoja de Niggle» es que crear algo es un proceso infinito y crear un mundo no iba a ser una excepción.

Se comienza con una aldea y nos convertimos en turistas imaginarios de nuestra aldea imaginaria –que ya no es “una aldea”, es Asmara–.

La “visitamos” tantas veces que conocemos cada casa de cada calle, cada familia que vive allí, cada historia personal; hasta sabemos que Piki, la hija pequeña de Wort, el granjero que vive al lado de la puerta sur, está muy triste porque Blanquito, uno de los lechones que nacieron hace una semana, está enfermo y es casi seguro que muera.

El problema surge cuando nos damos cuenta que de esa aldea sale un camino y que, como pasa con la mayoría de los caminos, llegará a algún lugar. De pronto surge en nosotros el deseo de ver que hay al final del camino y en una de nuestras visitas nos atrevemos a salir de Asmara y seguir caminando.

Así encontramos otra aldea, Filnara, y empezamos a “visitarla”, deseando conocerla tan bien como Asmara. Unos días después nos percatamos de que el camino que nos ha llevado desde Asmara hasta allí no acaba en Filnara, sino que sigue en dirección oeste. Ante tal eventualidad no nos queda otro remedio que tomar nuestras alforjas y salir de Filnara en dirección oeste.

Llevamos andando una hora cuando sobreviene la fatalidad; el camino se cruza con una amplia carretera pavimentada que viene del norte y se oculta tras una colina. Nuestro corazón se parte en cuatro pedazos y cada uno de ellos quiere seguir una de las direcciones que parten del cruce en el que estamos; queremos conocerlo TODO.

Es en ese momento cuando nuestra mente entra en juego y nos recuerda que si existen dos aldeas es que existe una sociedad y que toda sociedad tiene sus costumbres, sus reglas y, sobre todo, su historia. Pensábamos que lo sabíamos todo sobre Asmara y resulta que solo hemos visto la punta del iceberg.

Este es el fenómeno al que yo llamo Ley de la Hoja; cuanto más deseamos profundizar sobre un tema más nos damos cuenta de todo lo que nos falta por hacer.

Otro hecho a tener en cuenta es que el tiempo no es infinito y todo el que dediquemos a mejorar un aspecto de nuestro mundo nos impedirá mejorar el resto de aspectos.

Llega un momento en el que hemos de aceptar que, por ejemplo, el sistema monetario que hemos diseñado es suficientemente bueno y que continuar mejorándolo nos impedirá dedicar esfuerzos a desarrollar otros aspectos de nuestro mundo.

Decidir en qué momento se debe dejar un tema y pasar a otro es casi un arte y, según el modelo de construcción que hayamos elegido, puede resultar más o menos fácil. Un modelo de creación descendente implica una planificación previa, lo que nos permite pasar de un aspecto al siguiente con relativa facilidad. Por contra, un modelo ascendente nos obliga a retocar una y otra vez los aspectos que ya hemos dejado atrás.

Pero nunca hay que olvidar algo: a la cima se llega subiendo.

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